Los demasiados muertos

El próximo 11 de diciembre se cumple una década de que el ex presidente Felipe Calderón ordenó al Ejército y a la Marina Armada sacar a los soldados y marinos de sus cuarteles para combatir al crimen organizado. La llamada “guerra contra el narco” comenzó con un operativo en Michoacán y a lo largo del tiempo se extendió por todo el país, convirtiéndose en la principal política de seguridad pública e incluso de seguridad nacional del gobierno federal, que además fue adoptada por el actual gobierno del presidente Enrique Peña. Y si bien las altas cifras de homicidios atribuidos al crimen organizado vienen desde el periodo del presidente Vicente Fox (más de 60 mil), en los sexenios que le han seguido las cifras se han incrementado sustancialmente (más de 121 mil con Calderón; más de 64 mil en los 3 primeros años de Peña), por lo que, si la tendencia continúa como hasta hoy, la cuenta de muertos por esta mal llamada “guerra” en los primeros 18 años de nuestra democracia podría rebasar los 300 mil. Y no lo digo yo, son cifras oficiales, lo cual resulta más abrumador.

Lo cierto es que la espiral de violencia arreció a partir del 2008, siendo 2011 el peor año en cuanto a número de homicidios (más de 23 mil). No obstante los esfuerzos, no sólo por acabar con el narco sino por reducir la violencia, no han dado frutos en esta segunda década del siglo XXI. Son demasiados homicidios los que ya llevamos a cuestas todos los mexicanos. Son demasiados muertos en un país que supuestamente cuenta con mayores condiciones democráticas que antaño. Aún no son tantos como los de la guerra de Independencia (medio millón) o la Revolución (más de 800 mil); pero la cifra rebasa todos los muertos de las guerras del México independiente incluyendo intervenciones extranjeras, guerra de Reforma y diversos levantamientos, e iguala ya a los muertos de la guerra Cristera (250 mil) de 1926 a 1929. Lo anterior significa, además, que si bien el año 2010 no fue de inicio de una nueva lucha armada, como 1810 o 1910, con el paso del tiempo se convertirá en referente de esta mal llamada guerra o, cuando menos, de un gran periodo de violencia en nuestro país.

 

La cosa se agrava por el hecho de que el incremento en el gasto de seguridad (según el Índice de Paz Global fue del 13% del PIB en 2015) no ha reducido la violencia, al tiempo que las fuerzas armadas muestran ya signos de hartazgo con esta guerra que no les corresponde, con un Congreso que no ha legislado en materia de seguridad interior, con imputaciones graves de violaciones a los derechos humanos, con un aumento en la brutalidad que ejercen los criminales contra sus soldados, quienes con justa razón exclaman que son humanos, no máquinas; que tienen familias y miedos como cualquiera; que también tienen derechos, como los delincuentes a quienes cotidianamente combaten.

¿Cómo salir de este escenario al que Héctor Aguilar Camín llama “el matadero mexicano”? No hay muchas opciones y las que hay se dicen fácil pero son muy difíciles de implementar. Entre ellas está acabar con la corrupción y la impunidad en todos los poderes y órdenes de gobierno; retirar gradualmente al ejército de labores policiacas para que los cuerpos de policía realmente se profesionalicen y tengan mando único; pero sobre todo, terminar con la absurda prohibición del uso de drogas y con la persecución al narcotráfico. Todo lo que se ha hecho hasta ahora no ha funcionado pues el matadero sigue. Por eso ya es tiempo, como dice Aguilar Camín, de cambiar la forma en cómo se enfrenta la violencia en nuestro país. De otra manera, ¿con qué cara explicaremos a las futuras generaciones estas demasiadas muertes absurdas?

Rodrigo Sánchez Arce,

rodrigo.pynv@hotmail.com

Este artículo fue publicado el día 3 de noviembre de 2016 en el periódico

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